Desde nuestra infancia nos atraen los caserones vacíos, los lugares que muestran en su ruina los restos de sus usos de antaño, lugares en los que habitan tesoros y fantasmas. Recuerdo haber visitado poderosos lugares de arqueología industrial en Segovia, antiguas fábricas de ladrillos, de electricidad, laboratorios fotográficos o la Fábrica de Loza, todos ellos vacíos y abiertos a la curiosidad adolescente.
Aún conservo algunos tesoros encontrados allí: un metro de arquitecto, unos negativos de fotos de militares sobre gelatina y cristal.
También recuerdo mis deseos de fotografiar fantasmas con largas exposiciones de obturación en lugares iluminados con linterna.
Este espacio del matadero de Monzón de Campos es un espacio salvado del derrumbe como no lo fueron aquellos otros, a los que recuerdo con el cariño reservado a un viejo conocido. Sin embargo este espacio se abre también al recuerdo. Elementos de la arqueología industrial emergen interpelando a su nuevo uso, a esta nueva convivencia con el arte, que nos permite invocar siempre a lo que esta fuera de nuestros límites.
El collage como técnica artística es a la vez una herramienta de destrucción y creación, es el primer intento de arte sostenible, reciclado. Estas piedras son ensamblajes de imágenes sobre escombros de edificios que se colocan sobre el suelo para inventar un futuro o un pasado.
La naturaleza ocupa el espacio artificial cuando las personas se van, por eso me asomo desde arriba a esta sala, que pudiera verse invadida por el campo en torno a ella. Los azulejos nos muestran un espacio que desea verse limpio, frente a la suciedad que viene de los seres que viven y mueren. La cerámica tiene ese aire de naturaleza mejorada que no se resiste a volver a la tierra, pero guarda el brillo de lo que alguna vez fue su función.
Recojo recuadros racionalistas de los muros alicatados para enmarcar mis lazos familiares como los que se trazan en cocinas y baños blancos como esta sala.
Disfruto al trabajar con fotografías considerándolas como representaciones de algo y como objetos en si mismas. Su deterioro se convierte en metáfora del paso del tiempo, el olvido y la memoria. Reciclo imágenes, frases, poemas creando nuevos textos, en un principio separados de una narración lineal. Estas fotografías etéreas recuperan fragmentos de medios impresos. Lo hice para construir poemas pictóricos que reflejen sutilmente los excesos de la cultura visual contemporánea. En mi caso, mi trabajo refleja mis auto representaciones a lo largo del tiempo y mi proceso de envejecimiento. Las pizarras, paradójicamente, me parecen pantallas paleolíticas de móviles con sus mensajes en las redes sociales.